01/08/11
¿Cuáles son las fronteras del daño ecológico, cuál es el límite de una huella: un papel de propiedad, una cerca, un color diferente en la tierra? La nostalgia de un mundo de colores y sabores diversos, de olores que guardan la memoria de las lluvias que cayeron, el sabor de la fruta real con arrugas y manchas, es más fuerte que los discursos vacíos, las falsas soluciones y todas las trampas. Ya no se cierra más la puerta al debate sobre la recuperación de los bienes comunes como derechos de todos y todas.
El planeta se calienta a un ritmo insostenible. Cada vez más emisiones de gases de efecto invernadero van a la atmósfera. Los bosques desaparecen. Se derriten los glaciares. El agua se agota. No hay que comer. Los seres humanos separados por capacidades de consumo, compran y venden cosas desconocidas en un gran mercado sin rostro.
Pero no es un camino sin retorno. Hay una gran lucha por detener todo esto y construir otro tipo de sociedad capaz de generar bienes para todos, capaz de satisfacer las necesidades humanas más importantes en armonía con la Naturaleza.
Movimientos y organizaciones sociales de todo el mundo se cruzan con una fertilidad que genera vida, para crear espacios democráticos de construcción de alternativas y llegar a visiones compartidas sobre cómo revertir la crisis climática y sus causas. Fuerzas muy distintas confluyen en estos senderos, en buena medida por explorar.
Con un largo recorrido desde los días de la Campaña por los 500 años de resistencia al saqueo y la colonización de nuestros pueblos, participan organizaciones y movimientos sociales que luego de la lucha contra el ALCA, han seguido articulados y reconocen en el cambio climático un eje central para articular esfuerzos globales en la lucha contra el sistema capitalista. También participan organizaciones que históricamente han tenido una labor ambientalista y que desde un mayor dominio de los aspectos que han centrado las negociaciones y los marcos jurídicos existentes, han estado siguiendo estos procesos desde la Eco` 92, en los días en que la humanidad tomó conciencia de la necesidad de dar un giro a los modos que se había dado para vivir.
Cada vez con mayor protagonismo, campesinos e indígenas, actores largamente invisibilizados, rescatan un espacio público de actuación en el que muestran los impactos que el cambio climático genera sobre ellos, ofreciendo a la humanidad otro referente a partir de una milenaria relación de amor con la naturaleza a la que han cuidado y conservado guardando sus regalos y secretos más sagrados.
A pesar de que tanto indígenas como campesinos están mostrando sus propias alternativas relacionadas con la protección de los bosques concebidos más que como sumideros de carbono, como espacios en los que se reafirma su cosmovisión, a pesar de que proponen el desarrollo de una agricultura sustentable con soberanía alimentaria para enfriar el planeta; ambos grupos, con la enorme diversidad que también existe a su interno, son desplazados y expropiados de sus tierras, criminalizados y condenados al desarraigo y la pobreza extrema.
Desde estas organizaciones que históricamente han participado en esta lucha, va naciendo un movimiento, una nueva subjetividad que reconoce en la Naturaleza la maternidad absoluta, y de ella aprende con humildad y gratitud, sin intentar dominarla, ni tenerla, sino disfrutarla y usarla en un continuo flujo de entregas y regalos; una subjetividad que rescata el poder de la mística, la emoción y la fe, más allá de racionalidades agotadas, que se compromete con la vida de todo ser, y con el pasado y el futuro de un planeta que nos trasciende; una subjetividad que practica la solidaridad en lugar de la competencia, que confía en lo comunitario, lo local y familiar, que defiende la conexión entre todas las cosas y seres que existen en interinfluencia absoluta y constante.
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